En realidad no existe ningún límite natural para la práctica
de la bondad amorosa en la meditación o en la vida cotidiana. Es una
comprensión directa, continua y en constante expansión de la interconexión.
Tambien es la encarnación de la misma. Cuando podemos sentir amor hacia un
árbol, una flor, un perro, un lugar, una persona o hacia nosotros mismos
durante un instante, podemos encontrar a todas las personas, todos los lugares,
todo el sufrimiento y toda la armonía en ese preciso instante.
Esta práctica no consiste en intentar cambiar nada ni tratar
de llegar a ningún lugar, aunque superficialmente podría parecerlo. Lo que hace
esta práctica es sacar a la luz aquello que siempre ha estado presente.
El amor y la bondad están siempre presentes, en algún lugar y,
de hecho, en todas partes.
Por lo general nuestra capacidad de estar en contacto con
estos sentimientos y de permitir que lleguen a nosotros está cubierta por
nuestros miedos y heridas, por nuestra avaricia y nuestros odios, por nuestro
aferramiento a la ilusión de que somos seres realmente separados y de que
estamos solos.
Al evocar tales sentimientos en la práctica nos expandimos
hasta encontrarnos con los límites de nuestra ignorancia, del mismo modo que en
el yoga nos estiramos hasta encontrarnos con la resistencia del musculo, del
ligamento y del tendón.
En esta y en todas las demás formas de meditación nos
expandimos hasta encontrarnos con los límites y la ignorancia de nuestra mente
y nuestro corazón. Y al expandirnos, aunque en ocasiones pueda resultar
doloroso, como ocurre con el estiramiento, crecemos, cambiamos y cambiamos el
mundo.
Fragmento del libro "Mindfulness en la vida cotidiana" , de Jon Kabat-Zinn
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